Jean-Pierre Léaud en Los 400 golpes
Por Fernando Pala
Nadie comprende a los niños. Truffaut tuvo una infancia muy parecida a la de Antoine. Sus padres lo abandonaron al cuidado de su abuela desde pequeño. Por eso se refugió en la literatura y el cine. Cuando su abuela murió se enfrentó a dos padres ausentes, el reformatorio y años después al ejército (del cuál desertó). En Jean-Pierre Léaud, encontró al puberto perfecto para Los 400 golpes, a pesar de que no buscaba un puberto, sino un niño. Léaud, actor de padres ausentes. La Nueva Ola se caracterizó por ser un movimiento constantemente autobiográfico, no sólo para Truffaut.
El 11 de noviembre de 1958 comenzó el rodaje que finalizó en ocho semanas. Después de la primera secuencia, un cuadro dedica la película a André Bazin, el verdadero padre de Truffaut. La etapa como crítico se la debe a Bazin, quien lo invitó a escribir en Cahiers Du Cinéma. Una etapa corta en comparación con la de director, pero que estableció conceptos que siguen siendo vigentes. La primera etapa de Truffaut como director fue tan maravillosa que tal vez nunca volvió a llegar a ese punto. Una donde había más improvisación (Tirez sur le pianiste). Los 400 golpes sería una obra incompleta sin la participación en el guión de Marcel Moussy, quien, desde el punto de vista del director, logró “transformar (a sus personajes) en personas más humanas, más cercanas a la norma”.
Regresando a la primera secuencia de Los 400 golpes, lo primero que vemos es la ciudad de París desde la ventana frontal de un auto. Corte y vemos la textura de los edificios desde la ventana lateral. Corte y lo mismo pero del otro lado. LaTorre Eiffel siempre en segundo plano. Es Antoine y su deseo de libertad acompañado por la música de Jean Constantine, que añade un matiz de ternura y melancolía.
Léaud, en el personaje de Antoine, es el peor alumno de la clase. Lo regaña el maestro por cosas que a veces él mismo provoca y a veces no. De todas maneras el tono de regaño del profe Soupuss (en voz de Guy Decomble, maravilloso) es casi militar. Como la infancia en el reformatorio de Truffaut.
Se roba la guía Michelín de su padre adoptivo, que lo regaña. Luego los padres discuten, uno por haberle dado el apellido y otra por no haberlo deseado. Se va de pinta; en lugar de la escuela va a la feria (en una secuencia bellísima) y luego descubre a mamá besándose con un hombre que no es papá. Tal vez por eso al otro día le dice a Guy Decomble que su madre “ha muerto”. Como una sentencia, no como una travesura. Pero en Los 400 golpes hay un buen equilibrio entre la risa y el llano. Y todo se siente muy natural, no solo lo digo yo. Luis Buñuel, Akira Kurosawa, Woody Allen o Jean Cocteau han opinado mucho mejor que yo en ese sentido. Es una película con la que cualquiera (que tenga disposición) se puede identificar.
A un niño solo lo entiende otro niño. El único atisbo de luz en la vida de Antoine es René Bigey. Su mejor amigo. Antoine llega al reformatorio y confiesa haber escuchado que si él nació fue por deseo de su abuela. Un vínculo que también existió en la infancia de Truffaut.
Después escapa del reformatorio (que también pisó Truffaut) y el personaje de Léaud nos muestra cómo visualiza la libertad. Volvemos a ver un travel, como al principio de la película, pero en esta ocasión sí aparece Léaud. Y después de eso, la arena y las olas del mar.
Nadie comprende a los niños.