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Antes de que nos olviden. A 30 años de El Diablito de Caifanes

Antes de que nos olviden.  A 30 años de El Diablito de Caifanes
Por Julia Licea

Es 16 de julio de 1990 y las luces de la marquesina del Teatro Blanquita ya estaban encendidas. El lugar ubicado en Eje Central, a unos metros del Palacio de Bellas Artes, presentaba regularmente espectáculos populares pero esa noche la atracción sería otra y el lugar estaría repleto de jóvenes, y digo repleto por que no cabrí­a uno más, de hecho, no cabrían trescientos. Las crónicas dedicadas a ese legendario concierto narran que alrededor de trescientas personas, muchas de ellas con boleto en mano, se quedaron afuera aquella noche en que Caifanes  presentó su Volumen II, disco que no pierde relevancia aún hoy, a treinta años de su lanzamiento. Hubo portazo. ¿Habrá sido ese el primero para ver a la banda?

El sonido de El Diablito es un grito, no de desesperación si no de desfogue, algo liberador. La banda buscaba dejar claro lo que para ellos era el rock mexicano. Habían sido comparados con bandas extranjeras, no sólo por la imagen que utilizaron en su primer disco sino por la oscuridad de su sonido pero, según lo afirmaron, la influencia no estaba en Inglaterra, al contrario, estaba cerca de casa, en los boleros, en la música de Agustín Lara, en tantas canciones cargadas de melancolía que han creado los compositores mexicanos.

Con ‘La Negra Tomasa’ habían experimentado la fusión de ritmos, pero no se trataba de un tema original de la banda. Los había llevado al éxito, a la televisión, a giras por el país, por Estados Unidos y Sudamérica, fueron aceptados y festejados por otra audiencia pero parte de su público, que los conoció en las tocadas de rock, los llamó vendidos.

El Volumen II abre la puerta a un quinto Caifán. Alejandro Marcovich ya había compartido banda con Saúl y Alfonso André en Las Insólitas Imágenes de Aurora y tras breves reencuentros con ellos el destino acomodó las piezas para que tan sólo un par de meses antes de la grabación del disco se integrara a Caifanes. A partir de ese momento Saúl Hernández se enfocaría  en las letras y a la parte vocal y dejaría a Marcovich hacer lo suyo con la guitarra. Aunque el álbum ya estaba compuesto por el resto de la banda y el guitarrista se unió en los arreglos, no hay duda de que la incorporación de Marcovich fue clave para llegar al sonido que marcaría el camino para el grupo.

El álbum, cargado de referencias a sus raíces mexicanas y misticismo, al que Saúl Hernández se refería frecuentemente, definió la identidad y el sonido con el que Caifanes dejaría huella en el rock. Ese misticismo está latente tanto en la música como en la lírica, las letras comienzan a ser más elaboradas y poéticas.

Caifanes
Caifanes, en su alineación más completa: De izquierda a derecha Sabo Romo, Diego Herrera, Saúl Hernández, Alejandro Marcovich y Alfonso André

Entre las canciones que integran el disco están algunos de los grandes y tan sonados éxitos de la banda como ‘La célula que explota’, donde se integra la trompeta de Randy Brecker, ‘Antes de que nos olviden’, ‘Detrás de ti’ y ‘Los Dioses Ocultos’. Y se suman canciones con un sonido más pesado, tal vez menos fáciles de colocar en la radio pero no por ello menos virtuosas como ‘El Elefante’, ’El Negro Cósmico’ o ‘De noche todos los gatos son pardos’.

El disco se grabó en Nueva York, en los estudios Sound on sound, Soundtrack, Electric Lady, Sigma y Baked Potato. Durante octubre y noviembre de 1989 trabajaron bajo la dirección de Oscar López y fue producido por el también argentino Cachorro López, además de Gustavo Santaolalla y Daniel Freiberg.

Santaolalla participa en ‘Amárrate una escoba y vuela lejos’ con el tom y Freiberg hace una línea de sintetizador en ‘Sombras en tiempos perdidos’. Fuera de esto y de la participación de Randy Brecker, Caifanes grabó y creó íntegramente su álbum.

El arte del disco también tendría referencias a la cultura de México. En una suerte de collage, la fotografía de Caifanes tomada por Germán Herrera, ya sin los peinados postpunketos, se mezcla entre recortes de rosas y la imagen de una carta del juego de lotería, la de El  Diablito, el texto de esa misma carta aparece en la esquina de la portada, lo que nos confundió a todos y nos hizo bautizar al disco con ese mote, sin embargo el nombre oficial es simple y austeramente Volumen II. Las ilustraciones de diablitos que aparecen en el inserto y la contraportada corrieron a cargo de Francisco Fernández ‘Taca’.

En los primeros 90 múltiples artículos periodísticos se refieren a Caifanes como la mejor banda del rock nacional o como la agrupación que le cambió la cara al rock y es que del 88 al 93 el rock mexicano los tuvo en la cima. Lo que hicieron en ese periodo los tiene aún en el mapa. A tres décadas de que Caifanes hiciera este valioso disco para la música en nuestro país y para el rock en español los años les pesan. El sonido del, en ese entonces, quinteto se ha quedado en el surco. Mira que la vida no es eterna, en cualquier momento nos olvida. PÍNTALODENEGRO.

Caifanes El Diablito Volúmen II

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