Brian Jones
Una pequeña exploración de Brian Jones en Marruecos, 1968, y la grabación de ‘The Pipes of Pan at Joujouka’
Por Esteban Cisneros
Los Rolling Stones siempre fueron unos exploradores. Arqueólogos del blues, viajeros del mundo, rescatadores de historias, su sonido recogió influencias lejanas geográficamente a su cultura y las sintetizó para consumo del mundo entero. Por algo son, tal vez, el grupo rock que moldea a todos los demás. Mucho tuvo que ver en esto el espíritu de la época de su surgimiento, los años 60. Porque, como los grandes grupos o artistas fundacionales de la mitología pop, estaban rodeados de estímulos e influencias que moldearon toda una sensibilidad que se transmitió como música e imagen.
El jetset londinense a mediados de los 60 era una conflagración de mentes geniales y, sobre todo, curiosas. Las figuras visibles eran icónicas e influyentes a nivel global; el libro Goodbye Baby and Amen de David Bailey y Peter Evans recoge sus retratos. Pero siempre había, en el sotobosque de la escena, otras figuras que eran esenciales para la vida pop: escritores, mánagers, fotógrafos, gurúes, modistas, ideólogos, influencers en toda regla.
Uno de los que nos importa en la historia que estamos por contar es Brion Gysin. Escritor beat, vanguardista convencido, compadre y colega de William Burroughs, fue uno de los pioneros de las técnicas de cut-ups y exploración caligráfica que se le atribuyen al autor de Junkie. Gysin era un tipo inquieto y se movía por aquí y por allá en busca de la Siguiente Cosa Grande. Por un tiempo, estuvo en estrecho contacto con el escritor neoyorquino Paul Bowles, quien se había mudado a Tangier, Marruecos, desde 1947 (de ahí que también Burroughs escribiese un montón sobre este sitio, la Interzona). Bowles era el epicentro de una subcultura beat que exploraba con estados alterados de la consciencia para poder encontrar nuevas maneras de vivir. Así era el siglo XX.
Estando en Marruecos, ya en los años 50, ambos escritores sostenían reuniones con otros artistas, entre ellos Mohamed Hamri, pintor marroquí protagonista de la escena beat en Tangier. Hamri mezclaba tradición con vanguardia y, con esto en mente, llevó a Gysin y a Bowles a Jajouka, una villa en el Rif, la zona montañosa que domina el norte del país. Los montes en la zona se llaman, de hecho, Ahl Srif, como la gente que los habita.
Iban ahí con un propósito único: escuchar la música tradicional de los sufís de Jajouka, unos sonidos diseñados para el trance, profundamente religiosos, que servían como telón de los longevos y milenarios festivales místicos que celebraban. Algunas fuentes dicen que habían escuchado esta música antes en la ciudad de Sidi Kacem, pero que debían ir a Jajouka, el lugar de origen, para experimentarla como debía ser. Timothy Leary, entusiasta de todo lo que indujese a estados alterados de la mente, visitó la villa tiempo después y llamó a los músicos “la banda de rock’n’roll de cuatro mil años”.
Volvamos a Brion Gysin, el escritor, quien quedó azorado por estos músicos, quienes a partir de su contacto con occidente comenzaron a llamarse The Master Musicians of Jajouka (o Joujouka, la manera de escribirlo varía según las fuentes), posiblemente por influencia directa de Gysin y Burroughs. A su regreso a Londres, le habló de ellos a quien quisiera escucharle. Por suerte, eran épocas de experimentación y asombro, así que oídos no faltaron. Pero tal vez nadie quedó tan cautivado por las narraciones de los festivales demencialmente paganos de los sufís montañeses y de sus sonidos exóticos como Brian Jones, fundador y guitarrista de los Rolling Stones.
Y cómo no. Era la segunda mitad de los 60. La psicodelia estaba en su esplendor y la expansión de la mente era un objetivo que se podía lograr con la música y el arte. Los Stones habían lanzado poco antes un disco lisérgico, pero Jones necesitaba algo menos artificial, algo auténtico y alejado de lo occidental. No era el primero, claro, pero en lugar de explorar culturas como la de la India como hicieron muchos otros de sus colegas (incluso él mismo), pensó que había más exotismo en una villa de Marruecos que aún recreaba rituales milenarios; tenía sentido, además, en un mundillo influenciado por Kenneth Anger, Aleister Crowley y los beats.
Brian Jones se puso en movimiento. Se trasladó, con un pequeño séquito, a Jajouka, Marruecos, en pleno verano de 1968. El mayo francés estaba fresco en la memoria, la primavera de Praga aún estaba en curso, y el mundo sentía un hervor con todo lo que había acontecido en apenas medio año: Vietnam, el asesinato de Martin Luther King, Jr., las pruebas atómicas norteamericanas, el asesinato de Robert Kennedy, las revueltas juveniles. Su idea era grabar la música tocada para el festival de Aid el Kbir, la celebración islámica del sacrificio de Ibrahim (Abraham) de su hijo para mostrarle fidelidad a Dios. Uno de los aspectos que, sin duda, llamó la atención del rolling stone es que, además de que se sacrifica a una cabra, se coloca la piel sobre un niño que corre por toda la villa intentando esparcir el pánico. En realidad, a la llegada de Jones y su equipo, los músicos se ensamblaron especialmente para él y tocaron algunas de sus piezas, bajo sus indicaciones.
Jones viajó con su novia, Suki Potier. Suki, como dato pop, iba con Tara Browne, heredero de la cervecería Guinness, en su auto cuando sufrió aquel trágico y célebre accidente en Kensington; Browne murió. El hecho fue inmortalizado en ‘A Day in The Life’ de los Beatles (“He blew his mind out in a car”). Iba a Marruecos con Jones y Potier también el ingeniero George Chkiantz, quien trabajó en la grabación de ‘All You Need is Love’ de los de Liverpool, así como con los Stones, Blind Faith, Small Faces, Ten Years After y Led Zeppelin.
La grabación se hizo el 29 de julio de 1968, tras al menos un día completo de viaje y con no mucha preparación. Chkiantz llevaba una grabadora de cinta UHER-4200 que funcionaba con baterías, dos micrófonos dinámicos, cables y cinta. No mucho más. El ambiente era lo más lejano posible a los laboratorios sónicos en que se habían convertido los estudios de grabación ingleses y americanos: la intemperie terregosa, en medio de una villa lejana, con gente alrededor y ruidos de pisadas, ladridos de perros, llantos de bebés, aves, la naturaleza siendo naturaleza. Y había que grabar a una horda de veinte a treinta músicos de todas las edades acostumbrados a moverse con el ritual, sin importarles un micrófono o una cámara, entregados más al trance activo de la música que a un público.
Gysin, cuando le habló a Jones sobre los músicos de Jajouka, conectaba el ritual por sus prácticas a las festividades lupercales romanas de la antigüedad, la fiesta de los lobos, de la fertilidad y de la purificación; en estas festividades se idolatraba también a Pan, el dios que los romanos identificaban como un Fauno, que seducía ninfas tocando su flauta. Esta historia, sin duda, tenía más en común con el conocimiento y la sensibilidad occidentales, por lo que la grabación fue conocida como Brian Jones presents the Pipes of Pan at Joujouka.
Brian Jones quería incorporar estos sonidos a la música de los Rolling Stones, aunque no se conocen intentos grabados, más allá de Charlie Watts tocando un tambor de Jajouka en Sympathy for the Devil, el documental dirigido por Jean-Luc Godard ese mismo año. Habría sido una jugada híperrevolucionaria o tal vez sólo una locura, pero el impacto habría sido grande.
La música de Jajouka sigue otros patrones que hoy día son más comprensibles para el escucha casual, y la grabación de Brian Jones mucho tuvo que ver. Largos pasajes monótonos, zumbidos, flautas discordantes en multicolor, ritmos de trance, percusiones metálicas; sonidos que hoy, gracias a la cultura pop, son igual de exóticos, pero ya no tan lejanos, que se relacionan con la psicodelia y el post-rock, con el progresivo e incluso con la electrónica. Por el otro lado, el lado colonizador e industrial, sucesos como este marcaron el nacimiento de la etiqueta world music para designar a todo lo que no fuese pop anglosajón o con influencia directa de él. The Pipes of Pan at Joujouka es un pequeño hito de la música grabada, un genuino esfuerzo de un astro del rock por conocer más allá de sus narices, por apropiarse de cosas interesantes de culturas foráneas, por aprender y aprehender el mundo.
Los Rolling Stones siempre fueron unos exploradores. Arqueólogos del blues, viajeros del mundo, rescatadores de historias, su sonido recogió influencias lejanas geográficamente a su cultura y las sintetizó para consumo del mundo entero. Como este caso, un registro antropológico y pop, una mezcla de terregal y tecnología, una colisión de universos. Estímulos e influencias que moldean toda una sensibilidad que se transmitió como música e imagen porque se les da un lugar, se deja constancia de ello, se hace una marca en el mapa vital para legarlo a quienes vienen detrás. Brian Jones, el rolling stone más controvertido, el que es una nota al calce en los grandes libros sobre el grupo (a pesar de su rol fundacional), el personaje que no pasó de los 27 porque se ahogó en su piscina –ya se había ahogado de alcohol y drogas para terminar así– y al que los créditos de las canciones de su grupo han pasado por alto, el loco del rhythm and blues, uno de los instrumentistas más hábiles de los swinging sixties, aprendió a hacerse a un lado con humildad para dejar protagonismo a voces y manos anónimas y con apenas sentido de la oportunidad y la fama; tal vez en Jajouka, privado de todos los lujos de la vida mundana de un rockstar, sin electricidad y sin sicofantes, aprendió más que en cualquier otro viaje con sus compañeros de banda. Se sentó en el suelo a escuchar y a sorprenderse. Cosas que solo pasan cuando no estás en los reflectores.
A su regreso a Londres, Jones se dedicó, junto a George Chkiantz, a escuchar y editar las horas y horas de cinta que trajeron. Se introdujeron algunos efectos para mejorar el sonido, pero el disco suena crudo y real. Es uno de esos elepés que huelen, que saben, que van más allá de sólo lo que se escucha, por lo vívido de la música y la situación en la que fue creada. Es folclor, sí, y un disco para escucharse en ocasiones específicas; es, por tanto, un documento, un pedazo de historia tanto del pop sixties como de la humanidad y sus prácticas. Un pequeño gran logro para un chaval desencantado y greñudo que quería encontrar más razones para agarrarse a la música y, con ello, tal vez a la vida. El pequeño fanático del blues había llegado muy lejos.
Brian Jones presents the Pipes of Pan at Joujouka fue lanzado como un LP en octubre de 1971 en Rolling Stones Records. Jones no alcanzó a verlo, pues fue encontrado muerto el 3 de julio de 1969. La portada del álbum es una preciosa pintura de Mohamed Hamri, que muestra a un estilizado Brian Jones entre los músicos marroquíes, y un logo del diseñador Dave Field. La primera edición no contenía títulos de las piezas, aunque impresiones subsiguientes sí listan al menos seis pistas (algunos CD’s posteriores incluyen, ya saben, bonus tracks).
La experiencia fue iluminadora para Jones, y la grabación sirvió como precedente para muchas otras realizadas en la misma villa por músicos occidentales: en 1970 se realizó un documental sobre los músicos titulado Tribe Ahl Serif: Master Musicians of Jajouka, producido por Arnold Stahl, cuyo soundtrack fue lanzado en el sello Musical Heritage Society. Una versión condensada de este álbum doble se lanzó en Francia bajo el sello Disque Arion y con el título Le Rif: La tribu Ahl Serif des Maîtres musiciens de Jajouka. En 1973, Ornette Coleman viajó a Marruecos con los músicos para grabar algunos tracks para su LP Dancing in Your Head. El crítico de música Bob Palmer realizó otro documental en 2009, The Hand of Fatima, y la música de los Master Musicians of Jajouka ha sonado en películas ad-hoc como The Naked Lunch (1991) de David Cronenberg –basada, claro, en Burroughs– y The Cell (2000) de Tarsem Singh. Anthony Bourdain visitó Tangier en 2013 y rodó un capítulo de su programa con, por supuesto, la legendaria música como telón de fondo. Dos años antes, Jane’s Addiction grabó un track con los músicos de Jajouka, ‘End to the Lies’. En 2017, Jarvis Cocker les dedicó todo un capítulo de su programa en Radio 4 de la BBC.
En 1995, el disco de Brian Jones se reeditó bajo el auspicio de Philip Glass. Los Master Musicians of Jojouka alcanzaron tal notoriedad que sufrieron un cisma con los años: dos grupos distintos bajo el mismo nombre aseguran ser los originales. Y es que, por un breve momento en los cataclísmicos y maravillosos años 60, dos gigantes de la música se encontraron en las montañas de Ahl Srif: un mancebillo rubio que, por su amor al blues, fundó el grupo de rock para dominarlos a todos se encontró con un grupo de músicos que aprendieron su oficio de boca en boca, de sus ancestros. Brian Jones se convirtió en Brahim Jones, very stoned, y seguro alcanzó una iluminación que (ay, fortuna) no fue permanente. Pero dejó un importante legado histórico y ayudó a tumbar prejuicios culturales de occidente. Hoy, más que nunca, es esencial volver a entender que la humanidad es una porque somos distintos. PÍNTALODENEGRO
C/S