Diego Cataño (Moko) y Daniel Miranda (Flama)
Por Fernando Pala
Flama y Moko, los protagonistas de Temporada de Patos, están fuertemente vinculados por el año 1991. Flama nació ese año y Moko usa una playera de Rancid (banda formada también en 1991). Un domingo, el último para ambos, es el contexto de la película. En Tlatelolco, como en cualquier unidad habitacional, pueden suceder historias simultáneamente, probablemente ese sea el sentido de las primeras imágenes. Edificios grises e idénticos donde cohabitan miles de familias. A pesar de eso ningún vecino se entera de la realidad del otro.
La historia acabaría muy pronto si todo transcurriese con normalidad. ¿Quién podría ver a dos pubertos jugar Halo por nueve horas? En este punto Danny Perea (que nunca dice su nombre en papel, aunque es Rita) se añade al elenco porque necesita hacer un pastel y su horno no funciona. Flama no lo permite al principio, pero después accede para volver a la consola de videojuegos. Minutos después se va la luz.
Un domingo así no sería nada sin una pizza. La ordenan entonces y llega un minuto tarde, lo suficiente para no pagar por ella, según Flama y Moko. Enrique Arreola, el repartidor, termina por formar al cuarteto (Flama, Moco, Rita y Ulises); dos pubertos, una chavita y un repartidor de pizzas que convergen en un departamento ante una situación inusual pero que a nadie extraña.
Para solucionar el conflicto de la pizza (sin el cual no habría película ya) Ulises propone una reta de fútbol en Xbox. La luz ha vuelto, pero antes de decidir quién se queda con la pizza y el dinero, la electricidad vuelve a irse. El enojo del repartidor y Flama colapsa por la indecisión y el primero le deja una herida al segundo. La culpa es un elemento constante en los personajes. Ulises responde ante ella y se convierte en uno mucho más profundo. Confiesa que renuncia a sacrificar perros a cambio de poco dinero. Que terminó una carrera profesional, pero aún así es repartidor de pizzas: “Las oportunidades en la vida son como los tiros que tiene una escopeta… Y yo ya me gasté los míos”.
En la medida que avanzan las secuencias también se evidencia el dolor de los personajes que buscan refugio entre ellos mismos como una bandada de patos. Enrique Arreola lo dice mejor en su papel:
“¿Saben por qué los patos vuelan en V? El primero que alza el vuelo, le abre paso al segundo y el segundo, le abre el aire al tercero. Con la energía del tercero se impulsa el cuarto. El cuarto, luego el quinto… El sexto. Y así van todos los patos juntos, con la fuerza del vuelo compartido (…) Y cuando un pato exhausto se cansa, dos patos salen de la bandada con él hasta que se recupera”
El dolor y la melancolía de los personajes va de la mano con la ingenuidad (aún) de la mayoría del elenco. El crédito del guión no solo fue responsabilidad de Eimbcke sino que también incluye los nombres de Paula Markovitch y Felipe Cazals.
Entre las imágenes más bellas de la película están las fantasías de Moko con Flama: los dos en un supermercado vacío comiendo una ciruela. Los dos jugando maquinitas. Son imágenes donde la amistad y el amor crean confusión en Moko. Aunque me parece más el anhelo intenso por un vínculo que está a punto de disolverse por la distancia. Los padres de Flama están por separarse y él ha decidido irse de Tlatelolco. Ni un domingo más.
Cuando vi Temporada de Patos había cuatro personas en la sala, incluyéndome a mí y a mi hermana. No entendí bien qué pasó cuando salí porque hasta esa edad (14 años) había visto pocas cosas que señalasen mi propia realidad y parecía que ese día alguien me hablaba directamente. Contrario a lo que pasaba en las salas, el Festival de Guadalajara le abrió las puertas a Eimbcke, que le otorgó 9 premios. Después de eso la película se fue a Semaine de la Critique en Cannes y con esa visibilidad, Eimbcke tuvo la posibilidad de dirigir su siguiente trabajo, Lake Tahoe.
Flama, Moko, Rita y Ulises son personajes desconsolados y eso se refleja poco a poco en el deterioro del departamento y en la decisiones de los cuatro. Es aquí donde el elemento cannábico (ese pastel que cocinó Rita toda la película) rompe las tensiones y llega la catarsis. La sala deteriorada es una respuesta de Flama a la separación de sus padres, también de Moko ante la pérdida de su mejor amigo. La cocina sucia es la respuesta de Rita ante el abandono de su familia en su cumpleaños. Ulises solo tiene que renunciar a ser repartidor, porque su vida no puede ser más miserable.
El departamento, ya deteriorado, se vacía. Flama, quien también responde ante la culpa en una secuencia anterior al correr a Rita y luego retractarse inmediatamente, se despide en tono más conciliador gracias a la catarsis de la marihuana. “Tu camisa, pendejo”, le dice Moko e intercambian camisetas como en el fútbol. Ulises se va en la moto de repartidor con el cuadro de los patos pintado en 1991. Con esas imágenes y la música de fondo, dulce y melancólica, termina aquel último domingo en Tlatelolco. Con esas imágenes se despide la bandada de patos que se alza con la fuerza del vuelo compartido.