NP Granx
I
El diablo y el pop
León, primavera de 2018
–Si el diablo tiene una música, esa es el pop.
NP Granx da otro sorbo a su vodka tonic. O a su cerveza, que igual tiene ambos tragos frente a él. Estamos en el Bar Báltico, uno de esos lugares en el centro de León donde beber es bueno después de una tarde canicular de buscar y encontrar libros y discos. La mesa de metal está invadida por vasos llenos y vacíos, pero también por discos de 12 pulgadas (sobresale un maxi de Nina Hagen) y libros de psicoterapia y tauromaquia; hay llaves y teléfonos celulares inertes, papeles con notas para textos posteriores y las manos tamborilean el ritmo de las canciones que salen de la rocola. Entre trago y trago, NP Granx se levanta a gastar otra moneda en otra canción, Julieta Venegas o Natalia Lafourcade, siempre voces femeninas, siempre melodías engatusadoras, siempre en español. Regresa, entre pequeños eructos que delatan que lo está pasando bien. Se sienta y diserta:
–La idea popular es que, si hay una música satánica, demoníaca, es el metal. Por su imaginería y su lírica, ya sabes. Pero no, eso sería demasiado fácil. El pop sí que es del diablo. ¿O tú crees que Satán no iba a aprovechar, para infiltrar su mensaje, una música que quiere y puede llegar a todo mundo?
Bebemos. Hablamos de pop. De canciones y de voces. Porque, si el diablo iba a valerse de un instrumento musical, continua NP Granx, no iba a ser de guitarras eléctricas ni tambores, sino de la voz. ¿Qué llama más la atención que un chillido humano que entona y crece y hace corvetas?
–El pop –prosigue NP Granx sin afectación ni maneras de profesor (aunque es uno), como si estuviese contando una anécdota infantil sin particular emoción –cala y lo hace todavía. Y lo va a hacer mientras haya gente inquieta. Ahí está el mercado de Satán. Inagotable.
La última y nos vamos. Es tierra de José Alfredo. Hay más cosas que hacer. Nos despedimos en una esquina; quedamos de vernos pronto, aquí o allá. Y, así, casual, como si nada, remata con un:
–Voy a hacer un disco de pop. Ya toca.
II
Permíteme que te hable de Kustaa
Mi amigo Ralf Ortiz me contó sobre él hace unos años. “Este vato es un orate”, me dijo, con los ojos encendidos como cuando hablaba de música. “Primero estuvo con un proyecto pesadísimo llamado Templo Hueco. Ahora, hace cosas más locas”. Me dirigió hacia Permite que te hable de Kustaa (2017), un álbum de poesía y música vocal. Tuve que escucharlo unas cinco veces antes de convencerme de que esto no era un buen sueño, sino un álbum de verdad. Me puse en contacto, de inmediato, con NP Granx, el autor de esa bellísima barrabasada. “Estás de suerte”, me dijo, “todavía me quedan copias físicas”. Me envió una. Además de un proyecto sonoro al que algunas vanguardias le quedan bien guangas, contenía un librillo de 36 páginas. Una obra de arte, en su sentido más literal. Lo entrevisté a distancia para una revista online. Ahí escribí cosas sobre él como “[es] un personaje bullicioso que es lo mismo académico que sedicioso” y “logra conjugar -en una ingeniosa y granuja carcamusa- la literatura post con el lado empírico de la música”. También escribí cosas sobre su trabajo como “los misterios de la creación son parte esencial de esta obra conceptual que, según su autor, trata también sobre la independencia espiritual” y “es poesía abisal cantada, musitada y a veces gemida”.
III
Templos
San Luis Potosí, julio de 2019
–Soy un gran fan de la Iglesia Católica. No, en serio. No soy devoto, sino fan: me gusta su imaginería, sus historias; hay una mezcla interesantísima entre la santidad y la violencia, la piedad y lo despiadado, y en México todo tiene mucho de pagano –y, mientras dice todo esto, NP Granx da cuenta de una cerveza más. Nunca se quita los lentes, los limpia en secreto cuando uno no ve o se levanta al baño.
NP Granx es de San Luis Potosí, pero sí te saluda en la calle si te ve. Así que cuando habla de estos temas, sabe de qué habla. El centro del país rebosa de esta cultura sincrética del catolicismo mexicano. De una doble moral asustadiza, de dientes para afuera, que permite atrocidades mientras se respete un dogma que resulta hasta medieval.
F y yo caminamos de la mano. Es una bonita y cálida noche de verano en San Luis Potosí y vamos a encontrarnos con él, en su hábitat natural. Nos promete una noche que recordaremos. No sabemos que estamos a punto de entrar, de lleno, en el mundo de NP Granx; nos llevará en una especie de viacrucis de vicio, arte, historia y música: vamos a visitar sus templos. Nos encontramos en una esquina y nos subimos a un autobús urbano. Vamos al centro histórico y la primera estación es la cervecería 7 Barrios, claro. Pedimos en la barra. Hay un grupo de jazz tocando, una especie de bebop borracho; Granx conoce a todos los músicos, claro. Un poeta callejero se nos acerca y nos vende unos rollitos con sus textos. Son malos, qué va, pero no importa, porque las cervezas comienzan a pegar y la noche va a ponerse todavía más extraña y ya lo intuimos. Hablamos de jazz y de los siete barrios de San Luis. Ya estábamos viviendo la experiencia religiosa.
Tras varias pintas, salimos de ahí caminando al ritmo maxroachero de la banda y NP Granx nos habla de iglesias y catedrales coloniales y nos los señala como un guía de turistas en el infierno de Alighieri. Damos de brincos por la calle. Pero a donde vamos es otro tipo de templo. Entramos a un viejo edificio de la calle Iturbide (el Loud, le llaman) y es como ir directo a las entrañas de la ciudad: aquí todos son muy devotos, suena música furiosa y los piadosos, invariablemente vestidos de negro -nosotros llevamos, por suerte y por costumbre, el uniforme para la ocasión-, parecen plácidos y etéreos. Es su lugar, su casa, su punto de comunión. Subimos por una amplia escalinata hasta el ala donde hay un escenario y, como por obra de magia (negra), ya tenemos una cerveza helada en la mano. Llegamos justo a tiempo para escuchar a Nocturnal Call, doom metal que suena de puta madre. NP Granx baila como si aquella fuese la música más festiva del mundo. Pero, oye, ¡un momento!: que lo es. Aquí y ahora, lo es. Nos contagiamos, claro, y le entramos al aquelarre.
La adrenalina sube mientras la madrugada se acerca. Cuando termina el concierto, volvemos a la noche, que ahora está fresca y acogedora. Caminamos hasta un antro gay en donde la fiesta apenas comienza. La música retumba y la voz de Kylie Minogue suena como a la de una sacerdotisa sexual. Hombres, sobre todo hombres, pero también mujeres se agolpan a bailar, juntan los cuerpos, aúllan, beben Heinekens tibias directo de la botella y las agitan al aire, espumosas, como si estuvieran sacudiendo cipotes para hacerlos explotar. Un ritual pagote, idólatra, visceral. Pocas cosas se sienten tan reales. No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, bailando los tres, cantando voz en cuello y bebiendo más.
Salimos a la calle. Hace calor y nos fumamos un cigarrillo, por qué no. Yo no fumo, pero qué más da, igual me lo acabo. Pasamos a una taquería y NP Granx sigue hablándonos de santos y de demonios, de música y de las situaciones en las que los cigarrillos le saben mejor. De Dios, de todos los dioses. Del diablo, del único que él reconoce. Estamos mareados y reímos y nos hablamos a gritos. NP Granx es el apóstol avezado que nos ha guiado por su mundo. Y uno emerge en la mañana completamente cambiado. Como dicen que se siente una epifanía.
IV
Witchpop y Satán
NP Granx cumple sus promesas. En enero de 2019 lanzó O’ My Goat!, probablemente su obra maestra hasta ahora: once canciones de pop satánico en las que utiliza la canción como un medio para alcanzar la oscuridad (como concepto opuesto a la iluminación, aunque justo en ese sentido de aprendizaje y ritual). En él, Granx establece que si el ser humano es capaz de Dios, entonces también es capaz de Satanás. Juega con los mitos y con los personajes: la cabra como esa representación cristiana heredera del Baphomet babilonio, el padre del entendimiento, quien da sentido a través de la noche y la sangre. Pero, epa, que es pop, así que se da tiempo para juguetear (sin, con ello, implicar que se lo toma menos en serio) con himnos vocales que podrían –y deberían– ser hits radiales como ‘Witchpop’, un ritual diabólico que cualquiera puede cantar y bailar. La idea de que, mediante el pop, Satán puede infiltrarse en el mundo, está en O’ My Goat! completamente realizada. Hay también homenajes a Diamanda Galás, coqueteos con la salsa y la canción vernácula, con el jazz moderno (por ahí se aparecen los fantasmas de Thelonious Monk y Dave Brubeck) y, como demostrando que los extremos se tocan, una versión al clásico góspel ‘Go Tell It On The Mountain’, que anuncia la llegada del salvador según la tradición cristiana. Bueno, además está el ingenioso (¿y diabólico?) juego de palabras: GOAT tell it on the mountain… ¡Culpo por ello a la pinche cabra!
O’ My Goat tuvo un limitadísimo tiraje en físico, una caja que incluía, además del disco, todos los elementos e instrucciones para realizar un ritual “para despertar a los poderosos espíritus de Ana la Bruja y la Pinche Cabra” según reza el librillo; debe llevarse a cabo en el techo de un templo católico en completa y absoluta soledad y desnudez el sexto día del sexto mes del año a las seis horas del día. El kit incluye un frasco con tierra de cementerio, un frasco con cenizas de una Biblia católica, un rosario ensangrentado (que NP Granx robó de una tienda de monjas), un manojo de ramas secas, un alfiler consagrado y un pentagrama rojo dibujado por un niño.
V
El consultorio de psicoterapia
San Luis Potosí, primavera de 2020
NP Granx se encierra en su consultorio de psicoterapia a escribir y a grabar. Escribe música en donde puede: los traslados, caminando, entre clase y clase, entre sesión y sesión. Usa cuadernos y un celular. Tiene un teclado y todo el equipo para grabar. Su consultorio es un laboratorio y un centro cultural, un núcleo latente de caos y creación. Ahí sucede todo. Entre libros, discos y apuntes.
Pienso mucho en ese consultorio. Y hoy, que por fin lo escribo, lo veo como una proyección física de la inescrutable mente de NP Granx. Lo escribo así: con mesas rebosantes de libros y papeles (poesía, novelas, psicoanálisis, Biblias, artículos sobre Crowley, reseñas de discos, biografías, libros de oración, reseñas, cómics), tinta y plumas y lápices y dibujos o bien regados por todos lados o clasificados con obsesión y cuidado en compartimientos especiales; un cajón para las botellas de whisky, vasos, revistas de rock y pornográficas; películas, vídeos, computadoras forradas de huellas dactilares, juguetes. En una esquina, el estudio: el micrófono, la consola, los cables, el teclado. Todo tiene un sentido, incluso el color de las paredes y las alfombras, pero no es fácil adivinarlo. Aquí adentro pasan cosas y todas las manchas así lo delatan.
También, claro, lo que graba. Ahí queda claro que, cuando se cierra esa puerta y NP Granx se queda solo con su mente, juegan a cosas a las que, por suerte, nos invitan a todos.
VI
Casas enfermas y oraciones fúnebres
En abril de 2020, NP Granx lanzó La ruta invisible, que explora de nuevo sus obsesiones espirituales y carnales; el Bufo Alvarius, un sapo que vive en el desierto de Sonora y cuyas glándulas cutáneas contienen sustancias psicodélicas análogas a las de la ayahuasca, es el pretexto de estas exploraciones por la mente de un ser humano que quiere ir más allá. No es sólo entenderlo todo, es sentirlo todo. En mayo, lanzó un “álbum espejo” de su proyecto La ruta invisible, con participación de otras entidades cuasimágicas como Heer Saedar, Digital Wicca y Caballero Bastardo, además de remixes y reversiones. Ambos discos estuvieron disponibles, de nuevo, en una caja limitada que incluía un librillo, ilustraciones, polaroids, una bolsa con amuletos, una vela mágica, una tarjeta de autenticidad numerada a mano y una figurilla de un Bufo Alvarius.
En septiembre de 2020, Las casas enfermas fue la conclusión de un ciclo creativo que NP Granx emprendió a partir de la exploración psicológica de los efectos de la violencia sexual en la infancia. Su “ficción sonora” de seis canciones quieren capturar el dolor y la angustia que producen los humanos a los humanos. O como lo dice él, mediante una pregunta: “¿Quién sabe cuántos seres rotos deambulan junto a nosotros fingiendo también una sonrisa, sólo para tratar de esconder el infierno que alguien sembró en sus mentes?” La edición física Las casas enfermas fue limitada a 15 piezas, repartidas en una funda negra de cartón corrugado con forma de casa y un insert tamaño carta con los textos del álbum.
En enero de 2021, vio la luz Finec Saeron Ric Sunaa, un ciclo de oraciones fúnebres para voz y medios electrónicos. Es una colección de endechas, jaculatorias y rezos tradicionales para la muerte, con algunos fragmentos de poesía luctuosa de Gerhard Rühm, Elías Nandino, Juan Gelman, Sylvia Plath y Xavier Villaurrutia. NP Granx juega el papel de oficiante de la ceremonia fúnebre o psicopompo y, en palabras de Violeta García (su mano derecha, ilustradora y escritora de algunas de sus liner notes), “nos permite un atisbo al misterio más profundo”. Así se las gasta nuestro héroe.
VII
El diablo y el pop, otra vez
Algún lugar, 2024
NP Granx da otro sorbo a su vodka tonic. O a su cerveza, que igual tiene ambos tragos frente a él. Entre trago y trago, NP Granx se levanta a gastar otra moneda en otra canción, siempre voces femeninas, siempre melodías engatusadoras, siempre en español. Regresa, entre pequeños eructos que delatan que lo está pasando bien. Se sienta y diserta:
–La idea popular es que hay que temerle al Diablo. Yo creo que a quien hay que temerle es a Dios, que sí ahorca. Al Diablo hay que abrirle la casa, que igual se queda a beber unos tragos. Y, si eso pasa, te deja al menos material para escribir. Y lo que nos importa es escribir, ¿no?
Lo que importa es escribir. La puerta está abierta.
C/S.
Toda la música de NP Granx puede escucharse (y descargarse gratis) en http://npgranx.bandcamp.com